Cuando la comunidad educa
Antes de iniciar mi charla quisiera decir unas pocas palabras sobre la presentación magistral de Sidi Mohammed Mujtar ayer. Como bien sabemos, la educación ha sido una de las primeras preocupaciones principales de nuestro Shaij, Shaij Abdalqadir – que Allah prolongue su vida. Y es muy probable que Sidi Mohammed Mujtar haya absorbido y comprendido la cuestión de la enseñanza de los niños y de los jóvenes más que nadie en la comunidad. Y ayer presentó ante nosotros de forma compiladora esta enseñanza que ha desarrollado a lo largo de los años. Es muy fácil decir en estas ocasiones “¡Oh si, que charla más maravillosa!” Y puede incluso recogerse en forma impresa en Islam Hoy o en otro lugar. O en un estante muy alto. Pero lo que digo con respecto a lo de ayer es que es una hoja de ruta, intensamente práctica y totalmente posible de poner en práctica. Y debo decir que ha de estudiarse párrafo a párrafo, con grupos de mujeres y grupos de hombres, especialmente aquellos que tienen hijos que necesitan ser educados ahora. Y cuando se estudie y se analice y las cosas que se puedan poner en práctica, se pongan en práctica. No están relacionadas con algo del futuro. Porque de lo contrario: ¿de qué sirve lo que el Shaykh nos ha estado enseñando si no actuamos?
También me gustaría decir antes de empezar que Shaij Ahmed me ha prácticamente robado lo que yo quería decir. Espero salvarme porque lo diré de una forma un poco diferente con lo cual el mensaje al menos será refrendado y repetido y llegará a donde debe llegar.
Bismillah
El tema de esta reunión, “Cuando la comunidad educa” es, en cierto modo, una espada de doble filo: implica que la comunidad es enseñada y que la comunidad enseña a los demás; en todo caso, mi afirmación es que, en realidad, son la misma cosa. Como todos sabemos, Allah, ta’ala, nos dice que solo nos ha creado para que Le adoremos y, como dijo Ibn al-Abbas, radiya’llahu ‘anhu, y muchos de los grandes comentaristas del Corán que vinieron tras él, la palabra “adorar” significa, en este contexto ‘conocer’; así pues, y dicho con otras palabras, la única razón por la que hemos llegado a la existencia es para poder conocer a Allah, ta’ala, nuestro Señor y Creador. Esto significa que nuestras vidas en este mundo pueden ser consideradas como un proceso educativo cuyo objetivo es obtener cada vez más conocimiento de la Realidad Divina, que es nuestra fuente original y nuestro destino final. Esto es algo que esclarece Ibn ‘Ashir al comienzo de su Al-Murshid al-Mu’in cuando dice: “El primer deber de toda persona responsable y capaz de razonar es conocer a Allah y a los Mensajeros mediante los atributos especificados en las aleyas”. Así pues, una gran parte de la vida del ser humano implica emprender este proceso de aprendizaje, algo que debe ser acometido si queremos cumplir de forma correcta el propósito para el que hemos sido creados.
Los atributos que menciona Ibn ‘Ashir en su gran poema educativo son, por supuesto, los que proceden del Corán y son detallados por Imam al-‘Ashari como base de su sistema de ‘aqida que nosotros seguimos. Siempre vale la pena repetirlos porque son los cimientos sobre los que se asienta nuestra creencia; son los siguientes: wuŷud, ‘existencia absoluta’; qidam, ‘pre-existencia eterna’; baqa, ‘continuidad eterna’; ghina, ‘riqueza absoluta’; mujalafa’l-hawadiz, ‘diferenciación con respecto a todos los seres creados’, y wahdaniyya de dhat, sifat y af’al, ‘unidad absoluta de esencia, atributos y acciones’. Estos atributos solo se aplican a la Esencia Divina y no son compartidos por ninguna otra criatura. Junto a ellos hay otros siete atributos: ‘ilm, ‘conocimiento’; qudra, ‘poder’; irada, ‘voluntad’; hayat, ’poder’; sam’a, ‘oído’; basar, ‘vista’, y kalam, habla. Estos Atributos Divinos son necesarios para la llegada a la existencia de los seres creados, y son prestados por Allah a esas criaturas Suyas de la manera que Él considera conveniente. Tal y como expresa Ibn ‘Ashir, todos nosotros debemos estudiar y comprender estos atributos y, como repetía Shayj Muhámmad Ibn al-Habib en muchas ocasiones, si lo hacemos, estaremos a salvo de los peligros del shirk, de asociar algo con la realidad Divina, al menos de forma manifiesta, y con ello podremos evitar cometer esa acción que es imperdonable y que elimina toda esperanza de obtener la misericordia de Allah.
Pero el hecho es que esta comprensión intelectual del tawhid, a pesar de ser sin duda fundamental, no es más que una pequeña parte de lo que implica comprender realmente la Unidad Divina. Shaij Abdalqadir nos ha repetido con frecuencia el célebre dicho de nuestro Din: “La tawhid biduni’r-rasul”, ‘No hay tawhid sin el Mensajero. El significado primero y obvio de esta frase es, por supuesto, que de no haber sido por nuestro amado Profeta, sallallahu ‘alayhi wa sallam, jamás habríamos tenido acceso al conocimiento de la unidad de Allah. Es el núcleo mismo del Mensaje que trajo desde su Señor al género humano. Sin el Mensajero no habría sido posible que dijéramos la ilaha illa’llah: sin Mensajero no hay Mensaje. Pero el asunto va mucho más allá. Sayyidatna Aisha, radiya’llahu ‘anha, nos dijo que su carácter era el Corán, que él encarnaba por completo el Mensaje de Allah. Y Shayj Muhámmad Ibn al-Habib dice en el Diwan que él, sallallahu ‘alayhi wa sallam, es la manifestación más elevada de los Nombres de Allah y el secreto de Sus Atributos. Dicho con otras palabras, su comprensión de la Unidad Divina superaba todo tipo de expresión verbal o mero entendimiento intelectual, para llegar al ámbito de la experiencia real, de la demostración existencial más activa. Esto se elucida por completo con sus propias palabras, sallallahu ‘alayhi wa sallam: “Solo he sido enviado para perfeccionar las nobles cualidades del carácter”.
En toda la historia humana no ha habido un educador más encumbrado que el Profeta Muhámmad, sallallahu ‘alayhi wa sallam. Dio a todos sus Compañeros una educación completa e integral. No enseñó a ninguno cómo leer o escribir. No enseñó a ninguno cómo contar o calcular. Lo que les enseñó fue el Din de Allah y, más en concreto, el tawhid, el conocimiento puro de la Unidad Divina sobre el que se fundamenta el Din y que es su meta y objetivo. Y lo hizo con la palabra, con el ejemplo y con la transmisión directa. Cuando Allah, ta’ala, habla de ello en Su Libro dice: “Para eso os hemos enviado a un Mensajero de entre vosotros, para que recite Nuestros Signos, os purifique, os instruya en el Libro y la Sabiduría y os enseñe cosas que antes no sabíais”. ¿Y qué produjo este perfecto proceso educativo? “La mejor nación que jamás ha existido entre el género humano…”. “Que ordena lo correcto, prohíbe lo erróneo y cree en Allah”. Dicho con otras palabras: un grupo de gente que encarnaba de la forma más completa posible la verdadera realidad del ser humano. Habían logrado, de manera más satisfactoria que ninguna otra comunidad humana, el propósito para el que habían sido creados: la adoración de Allah. Fue una gente que conoció a Allah mejor que ninguna otra, ya fuera antes o después. La cuestión más importante es que este conocimiento no radicaba tanto en lo que decían ─a pesar de que entre ellos los había que podían expresarlo con una elocuencia extraordinaria─ como en el hecho de que estaban impregnados del mismo, que resplandecía en la forma en que se comportaban, tanto entre ellos como con los demás.
Es muy posible que ni siquiera lo supieran ─para ellos era algo natural─, pero era algo que se hacía manifiesto, de forma inmediata, a los que llegaban a conocerlos. La guía de Allah, a manos de Su Mensajero, sallallahu ‘alayhi wa sallam, y las circunstancias y situaciones a las que tuvieron que enfrentarse, los habían transformado; ya no eran como los demás. Mientras que los ojos de la mayoría de la gente se fijaban únicamente en las cosas de este mundo, ellos solo miraban a lo que hay más allá. No querían lo que tanto anhelaban los demás. Esto es lo que les hacía ser amados y temidos. Y se transmitía a los demás de forma directa; pero lo más importante es que esto fue lo que, por Allah, les permitió dominar la mayor parte del mundo conocido en lo que dura una sola vida, introduciendo a la gran mayoría de su población en el Din de Allah hasta el punto de que sus descendientes siguen siendo musulmanes en nuestros días. Al decir esto no estoy intentando enaltecer a la primera comunidad transformándola en una especie de ideal inalcanzable; lo único que digo es que la educación verdadera de cualquier comunidad musulmana exige una transformación interna radical, algo que ellos ilustraron de la manera más elevada posible.
Una historia verdadera que sirve de ejemplo de lo dicho, que es especialmente relevante para nosotros, es una que probablemente ya habéis oído pero que, en todo caso, merece ser repetida en este contexto. Hace un par de años Shayj Ali Laraki y yo viajábamos en coche desde Touroug a Tinŷdad acompañados por Sidi Muhámmad, el hijo de Sidi Muhámmad bel Qurshi. Cuando nos acercábamos a Mellab, que está a mitad de camino entre ambos lugares, Sidi Muhámmad señaló una tumba muy sencilla que estaba en una colina detrás del pueblo y comenzó a contarnos la historia del wali enterrado en ella. En su juventud había sido un rufián despiadado que aterrorizaba toda la zona con su conducta desaforada. Un día en el que estaba dispuesto a embarcarse en un asunto especialmente infame, decidió comer algo antes de partir. Se sentó en uno de esos establecimientos de comidas, pidió al dueño que le trajera un tazón de harira y que lo hiciera de inmediato. La olla de la harira para ese día estaba casi a punto, pero al no querer hacer esperar al cliente, por su violenta reputación, un solo instante más, le llevó un tazón de sopa hirviendo. Llevado por las prisas, el rufián se llevó el tazón a los labios, que se escaldaron con solo tocar el líquido; con un rugido ordenó al hombre que se presentara de inmediato. Este vino temblando y se detuvo ante él. El bellaco se levantó, agarró al dueño por el cuello de la chilaba, le vertió la sopa abrasadora por el pecho y salió como alma que lleva el diablo.
Algún tiempo después, ese mismo individuo iba de camino a Fez cuando se encontró con unos fuqará de Sidi Ahmad al-Badawi, el califa y sucesor en nuestra línea de Moulay al-‘Arabi ad-Darqawi. De alguna manera le convencieron para que les acompañara y así conocer al shaij. El corazón del hombre se conmovió con el encuentro, entró en la tariqa y acabó pasando un tiempo considerable en la zawiyya del shaij en Fez aprendiendo el Din y profundizando en su conocimiento de Allah. Cuando llegó el momento de regresar al Tafilalet, tuvo un encuentro final con el shaij antes de partir. El hombre preguntó a Shaij Ahmad qué podía hacer para redimir su antigua y nefasta conducta; la respuesta fue que debía devolver todo lo robado y compensar a quien había agraviado de la mejor manera posible. Cuando regresó al desierto, y recordando lo que había hecho con la sopa hirviendo, fue al mismo establecimiento y pidió un tazón de harira extremadamente caliente. Atenazado por los nervios, el dueño le preguntó si la quería caliente de verdad. “Lo más posible”, fue la respuesta. El dueño volvió a poner frente a él un tazón de sopa hirviendo. El rufián arrepentido se puso de pié en un instante, tiró del cuello de su propia chilaba y le pidió al dueño que le echara la sopa por el pecho. En vez de hacerlo, el hombre salió corriendo, fue a la plaza del pueblo y llamó a la gente para que se acercara. Y luego gritó a pleno pulmón: “¡Gente de Mellab! Tenéis que tomar la mano de Sidi Ahmad al-Badawi porque ha transformado una serpiente venenosa en una rana inofensiva”.
El suceso que narra esta historia es muy importante para nosotros porque, de no haber tenido lugar, no estaríamos aquí sentados. Lo siguiente fue que mucha gente del Tafilalet entró en la tariqa y, debido a ello, Shaij Ahmad al-Badawi envió a su jalifa, Sidi Muhámmad Larbi, para que “plantase dátiles dulces” en esa zona. Estableció su gran zawiyya en Gawz, cerca de Rashidiyya, y de él vino Shaij Larbi al-Huwari, en Tinŷdad; luego Shaij Sidi Muhámmad b. ‘Ali, en Marrakech; luego Shaij Sidi Muhammad b. Al-Habib, en Fez y Meknés, y luego Shayj ‘Abdalqadir as-Sufi, en un gran número de lugares, incluido, por supuesto, aquí en Granada.
No obstante, esta no es la razón por la que incluyo esta historia en mi charla. Lo he hecho porque ilustra con toda claridad la naturaleza verdadera del proceso educativo del Islam que antes he mencionado y, más en concreto, lo que ocurre cuando el conocimiento de la unidad de Allah se absorbe con todo el ser y se expresa en términos de acción y conducta. Shaij Ibn ‘Ata’illah dice en su Hikam: “No hay acción que, procediendo de un corazón libre de este mundo, sea insignificante. Y no hay acción que, procedente de un corazón que ansía este mundo, tenga provecho alguno”. Gracias a la educación real que este wali de Mellab recibió de manos de su shaij en Fez ─y a la interiorización del conocimiento del tawhid que es parte fundamental de la misma─, su acción cuando regresó al desierto, comparativamente insignificante, tuvo repercusiones inmensas que todavía se sienten en nuestros días.
Esta es la razón de que casi todos los ders que daba Shayj Muhámmad Ibn al-Habib fueran una advertencia sobre los peligros del shirk oculto, sobre el conocimiento del tawhid, que estaba confinado al intelecto sin extenderse a la experiencia cotidiana, incapaz de ver al Proveedor en la provisión y al Benefactor en cada beneficio recibido. No cabe duda de que Shaij Muhámmad Ibn al-Habib era uno de los últimos bastiones de esa transmisión del Islam, pura e inalterada, que ha continuado sin interrupción durante 1200 años desde los días de la primera comunidad. Dicho con otras palabras: él logró no contaminarse con la visión del mundo modernista que ha demostrado corromper de tal manera la comprensión verdadera del tawhid y que ahora ha invadido cada aspecto de la educación, incluida la de casi todos los musulmanes.
Su sucesor y shaij nuestro, Shaij Abdalqadir as-Sufi, al que Allah pedimos prolongue su vida y le haga recobrar la salud en todo su esplendor, fue por el contrario educado por completo en los valores modernistas; no obstante, valiéndose de la espada de su intelecto iluminado y su corazón despierto, logró zafarse de la camisa de fuerza que lo aprisionaba para reabrir el camino hacia la auténtica comprensión del tawhid en los tiempos que vivimos. En mi conferencia del año pasado, Re-educación islámica de raíz, intenté mostrar cómo al poner de relieve la obra del físico Heisenberg y del filósofo Heidegger, trazaba un mapa con el que atravesar el laberinto sin salida de la visión existencial newtoniana/cartesiana que durante más de doscientos años había subyugado de forma fraudulenta a toda la raza humana y que, con su insistencia dogmática en las leyes de la causa y el efecto, hacían prácticamente imposible que se tuviera acceso a una comprensión verdadera de la Unidad Divina. Pero nuestro shaij ha hecho mucho más a la hora de abrir camino a la expresión auténtica del Din de Allah en esta época.
En su texto trascendental, Educación islámica de raíz, demostró cómo siglos de adiciones estériles habían dejado a los musulmanes atrapados en una ciénaga de detalles paralizantes que impiden, casi por completo, cualquier intento de hacer avanzar el Din. Su remedio: ir hacia el futuro regresando a lo que, con una frase brillante, llama la “sabiduría sin pulir” del modelo primigenio e intemporal del Islam de Medina en su primera manifestación. Sus esfuerzos incesantes por desvelar la naturaleza corrupta y venenosa del sistema económico usurero, que tiene ahora atrapado a todo el mundo en su puño implacable, y su énfasis por restaurar y aplicar de forma correcta el pilar del zakat, junto con la acuñación de monedas de oro y plata para combatir ese sistema, han dado frutos de muchas maneras. Su obra, cuyo objetivo es desvelar el engaño político y las argucias psicológicas del mundo de nuestros días, carece de precedente y parangón.
Cuando me reuní con él en Ciudad del Cabo tras el moussem de este año, dedicó veinte minutos a comentar los temas contenidos en su último libro, La ciudad entera. Habló de la Masacre de los Hugonotes, de la mitología griega y romana, del asesinato de Julio César, de la ineptitud absoluta de las tesis freudianas; mencionó todas estas cosas como teniendo una relevancia directa para el futuro del Islam, en el aquí y el ahora. En cierto sentido, este nuevo libro es un compendio de los muchos temas que ha expuesto en obras anteriores; pero lo que debe ser comprendido es que no se trata de una árida exposición académica. Todo está dirigido hacia un único objetivo: abrir el camino para la correcta comprensión y aplicación del Din de Allah en esta época.
De forma casi solitaria ha dinamitado un camino a través del muro impenetrable del modernismo, y se ha abierto paso a machetazos por la maleza infranqueable del materialismo científico para así crear un espacio abierto donde el Islam pueda de nuevo descubrir su auténtica expresión. Ha arrastrado al Islam, gritando y pataleando, al siglo veintiuno. Digo “gritando y pataleando” por la enorme cantidad de musulmanes que han fracasado a la hora de ver que sus formas de enfocar el Din son inaplicables e irrelevantes en la época en que vivimos. Lo cierto es que muchos ‘ulama no parecen darse cuenta de que, a pesar de su adicción a los smartfones y las redes sociales, siguen intentando vivir en un mundo que ha dejado de existir hace doscientos años.
Hasta cierto punto se puede decir que, en nuestra relación con el Shaij, hemos sido un poco como los Bani Isra’il cuando dijeron a Sayyidina Musa: “Tú y tu Señor ir a luchar, que nosotros nos quedaremos aquí sentados”. Digo “hasta cierto punto” porque el mero hecho de estar hoy aquí demuestra que todos nosotros hemos conseguido aferrarnos a los faldones de su abrigo y le hemos seguido por el tremendo sendero que ha conseguido abrir. Es posible que no siempre comprendamos lo que pretende y que nuestras cabezas queden anonadadas con algunas de las cosas que dice, pero todos los que estamos aquí, alhamdulillah, estamos en el navío que capitanea y lograremos, siempre que sigamos a bordo, llegar a tierra sanos y salvos. Y también existe una especie de entendimiento que impregna directamente la intención del shaij; y yo sé por experiencia propia que muchos de vosotros también lo tenéis y, en todo caso, habéis llegado al lugar donde él quiere que estemos.
Quisiera hacer una advertencia: los acontecimientos recientes han demostrado, de una forma que quizás antes no era tan evidente, que nuestro amado shaij no estará siempre entre nosotros, y pido a Allah posponga muchos años el día que nos tenga que dejar. Lo que el shaij nos ha enseñado a lo largo de todos estos años es irremplazable, inestimable y fundamental si queremos ver al Din de Allah establecido de forma correcta en nuestras vidas y en el mundo que nos rodea. El shaij ha tenido que luchar de forma incesante y contra toda circunstancia para hacérnoslo llegar, y a nosotros nos toca luchar con uñas y dientes para tomarlo, preservarlo y transmitirlo. Va a exigir que nademos contra la resaca, que rememos contra la corriente, lo cual significa trabajo duro sin tregua ni descanso. El shaij nunca nos ha permitido tomar las cosas por sus apariencias, ha descifrado sin cesar el mundo para nosotros y, hasta cierto punto, nos ha enseñado a hacer lo mismo. Seguir haciéndolo exigirá un esfuerzo constante y con frecuencia nos pondrá en situaciones incómodas, incluso en nuestras relaciones con otros musulmanes.
Así que os advierto, y a mí mismo, contra dejaros tentar por una visión del mundo más simplista, contra empezar a ver las cosas de manera más superficial, contra cualquier voz que pueda sugerir que la visión de Shaij Abdalqadir es excesivamente complicada o que algunas de las cosas que ha escrito o de las que ha hablado no son tan relevantes o importantes. Esto es algo que, desgraciadamente, puede ocurrir con facilidad y, antes de que nos demos cuenta, gran parte de las enseñanzas de nuestro shaij puede acabar barrida bajo la alfombra o puesta a un lado como algo interesante pero irrelevante. Antes de que nos demos cuenta podemos llegar a descubrir que, junto con otros muchos, musulmanes y no musulmanes, estamos siguiendo la corriente que lleva a toda velocidad hacia el agujero negro del olvido nihilista que es el destino inconsciente de tanta gente en nuestros días. Necesitamos aferrarnos como si nos fuera en ello la vida, incluso con uñas y dientes, a la enseñanza que nos ha dado nuestro shaij y hacer todo lo posible para mantenerla a salvo y transmitirla a todos los que podamos.
Y esto me lleva de nuevo a mi punto de partida. Lo que ha hecho Shaij Abdalqadir es volver a exponer, para todos nosotros, las enseñanzas básicas del Din de Allah en la manera que es necesaria y apropiada para la era actual. Tal y como han hecho sus predecesores rectamente guiados, nos ha llamado a un entendimiento puro del Libro y de la Sunna en el contexto de la época en la que vivimos y, alhamdulillah, gracias a la generosidad de Allah, hemos respondido a esa llamada. En el centro mismo de esa enseñanza están los tres grandes textos clásicos: el Corán, el Muwatta y el Shifa’. No hay duda de que esto es más que suficiente para una comprensión profunda del Din, pero, siguiendo el ejemplo de unos pocos de sus predecesores, cada vez que el shaij ha visto la necesidad de aclarar una cuestión específica que surgía de una situación que vivía la comunidad en un momento determinado, ha escrito un libro o un artículo para explicarla y darnos la guía, demostrando con ello que la cuestión estaba relacionada con el Islam e indicando la forma en que debíamos actuar para incorporarla a la práctica de nuestro Din. Esta ha sido nuestra educación externa.
En lo que respecta a nuestra educación interna ─esa interiorización del tawhid que antes mencioné─, hemos podido atestiguar, generación tras generación, que todo aquel que ha tomado la mano de nuestro shaij no ha crecido sin haber cambiado. Nuestro contacto con él nos ha refinado y ennoblecido en maneras que a veces ni siquiera podemos apreciar. La familiaridad entre nosotros hace que lo demos por sentado. Pero es precisamente el “oro” que Shaij Muhámmad Ibn al-Habib dijo que tenemos, esa cualidad que cuando los demás la ven, quieren tenerla. Y cuántas veces he oído decir a la gente que había visitado una de nuestras comunidades: “Ojalá tuviera yo lo que vosotros tenéis”. Este es el da’wa verdadero; y en su esencia no es más que la encarnación del tawhid, un leve reflejo de los Nombres y Atributos de Allah que resplandecen a través de corazones más o menos purificados, el resultado de una verdadera educación islámica. Por esta razón, Shaij Abdalqadir ha resaltado dos elementos que considera fundamentales para el futuro del Islam en esta época: ‘asabiyya y futuwwa. Para él, ‘asabiyya es un grupo de hombres y mujeres unidos de forma indisoluble por un solo vínculo: su amor por Allah y Su Mensajero. Y para él futuwwa es esa nobleza de carácter que vino a perfeccionar el Mensajero de Allah y que es, al mismo tiempo, el sello distintivo de la verdadera humanidad y un pálido reflejo de la Realidad Divina en sí.
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