Una comunidad alcanzará la posición que los miembros que la integran estén dispuestos a lograr

Shaij Ahmed Bermejo

Granada, 26 de diciembre 2015

As-salaam Alaykum:

En primer lugar, me gustaría agradecer a los responsables de estas Jornadas el trabajo inestimable que están realizando a todos los niveles: a nivel organizativo, a nivel logístico y, sobre todo, el esfuerzo a nivel intelectual, el esfuerzo para obtener de estas jornadas un conocimiento útil, un conocimiento que nos sirva en nuestras vidas, un conocimiento del cual podamos aprender algo que nos lleve a implantarlo en nuestras vidas y nos lleve a cambiar o mejorar todo aquello que necesiten nuestras vidas.

Voy a intentar aportar mi pequeño granito de arena, esperando que sea de utilidad para todos y confiando en que Allah me dé facilidad para transmitir un conocimiento útil, que es lo más importante y el objetivo de estas Jornadas.

Cuando empecé a reflexionar sobre la forma en la que iba a encarar esta conferencia, lo primero que me vino a la mente fue el aniversario de esta mezquita del año 2012. No sé si recordaréis que ese fue el año de las revoluciones en muchos países árabes, conocidas en los medios de comunicación como “La Primavera Árabe”. En ese entonces se empleaba mucho la palabra “revolución”, así que, cuando estábamos preparando el aniversario, nos propusimos que el tema principal sobre el que girarían las conferencias sería ese mismo: la revolución; decidiendo además ponerle un título impactante, que llegara a las masas, que fuera como el título de esa película que cuando lo lees o lo escuchas dices: “Tengo que verla como sea”. Así que las llamamos “Islam: la auténtica revolución”, algo que en inglés sonaba todavía mejor, ya que era “Islam, the real revolution”.

Ese era el título general del evento. Luego había cuatro conferencias, en las que trataríamos sobre los siguientes temas: la educación cívica, la economía, la autoridad y el gobierno, y por último, una conferencia, que estaba asignada a Sheij Abdal Haqq Bewley, aquí presente, y que se titulaba “Revolución Interior – Revolución Exterior”. Ni qué decir tiene que, de las cuatro, esa era la conferencia más importante para nosotros.

Pues bien, le mandamos el programa a Sheij Abdal Qadir para que lo revisara y diera su visto bueno, estando nosotros muy ufanos y orgullosos, pensando que habíamos dado en el clavo con el título y con el contenido, que era justo lo necesario en ese momento, al tiempo que pensábamos: “Este año vamos a triunfar”. A los pocos días, recibimos un correo electrónico: sólo había un documento adjunto, un PDF, que se llamaba “GranadaMosque.pdf”.

Lo abrimos, y era el programa que habíamos mandado a Sheij Abdal Qadir, escaneado, en el que había hecho sus propias anotaciones y correcciones, o mejor dicho, con todo lo que él había tachado. Lo primero que tachó fue el título general, y en vez de “Islam: The Real Revolution”, puso: “Islam rediscovered”, que nosotros traducimos al español como “Redescubrir Islam”.

Ese fue el primer golpe; luego había otras pequeñas anotaciones, y cuando llegamos a la última conferencia, la de “Revolución Interior – Revolución Exterior”, esa de la que tan orgullosos nos sentíamos, recibimos el gancho de derecha final que nos noqueaba y dejaba tirados sobre la lona. Observamos que había unos trazos hechos con fuerza, con decisión, incluso me atrevería a decir con irritación y vehemencia, con los que tachaba todo lo que estaba escrito respecto a esa conferencia; y al final de la hoja había cinco palabras, escritas de su puño y letra. Éstas eran: Ŷama’atJidmaSpeaking-wellHospitalityGiving.

Con estas cinco palabras el Sheij nos estaba dando las claves de la enseñanza necesaria para poder hacer eso que nosotros llamábamos la revolución interior que luego tendría repercusiones en el exterior. Es como si nos estuviera diciendo: “De lo que se trata es de crear grupos, de servir, de hablar bien de la gente, de abrir las puertas de nuestras casas, de dar con generosidad”, eso es de lo que se trata. Y todo esto, en realidad, es parte de los signos de la Futuwa.

Le pasamos este mensaje a Shaij Abdal Haqq, y con solo esas cinco palabras, entiende perfectamente el mensaje y da una conferencia brillante, que titula “La ciencia del comportamiento”, en la que nos daba realmente las claves para tener una transformación, o una revolución, interior con la que afectar, de manera positiva por supuesto, a la sociedad o comunidad en la que se vive.

Comenzaba Sheij Abdal Haqq con dos aleyas del Corán y un hadiz del Mensajero de Allah, sallallahu alaihi wa sallam. La primera aleya es esa en la que Allah, describiendo a Su Profeta, le dice: “Ciertamente, estás hecho de un carácter magnánimo” (Sura del Cálamo 68: 4). En la segunda aleya Allah le dice a Su Mensajero que diga a sus Compañeros, y por consiguiente a toda su Ummah, lo siguiente: “Di: Si amáis a Allah, seguidme, que Allah os amará y perdonará vuestras faltas” (Sura de la Familia de Omrán 3: 31). Y el hadiz, de sobra conocido por todos, en el que el Mensajero de Allah, sallallahu alaihi wa sallam, dice: “Ciertamente he sido enviado para perfeccionar el buen comportamiento”, o “Sólo he sido enviado para completar las nobles cualidades del carácter”.

Y remataba Sheij Abdal Haqq la introducción a la citada conferencia diciendo: “Eres lo que haces”. Dicho con otras palabras, la forma de comportarse de la persona determina lo que es y modela su vida y su destino a nivel social e individual.

Por consiguiente, esta va a ser la base de lo que quiero decir aquí hoy. Voy a tomar esas cinco palabras de Sheij Abdal Qadir, el mensaje que contienen esas cinco palabras, y voy a tomar el comienzo de la charla de Sheij Abdal Haqq. Y vamos a ver qué es lo que sale con estas mimbres.

Eres lo que haces”. Esto podemos pensar que es algo individual, que yo soy lo que yo hago; pero no es esta la manera de entenderlo porque también es algo social, es algo que afecta a todos, lo que tú haces afecta a la gente que te rodea. Como todos sabemos, una comunidad de gente está compuesta por individuos, y si los individuos de esa comunidad sólo hacen una cosa, la comunidad solo hará esa cosa; si los miembros de la comunidad solo llegan hasta aquí, la comunidad sólo llegará hasta aquí; por el contrario, si los individuos de la comunidad son capaces de llegar hasta allí, la comunidad entera llegará hasta allí. De aquí proviene el título de esta conferencia: “Una comunidad alcanzará la posición que los miembros que la integran estén dispuestos a lograr”, o, si lo queréis resumir un poco, sería: “Una comunidad llegará adonde sus miembros quieran llegar”.

Ahora bien, teniendo esto claro, me gustaría ir hacia atrás en el tiempo, a la antigua Grecia, lugar en el que surgen dos términos que se han empleado mucho en estas Jornadas sobre Educación: nomos y paideia. Y recuerdo que el título de una de estas Jornadas fue precisamente: “Un nuevo ‘nomos’, una ‘paideia’ renovada”. Estamos hablando de la antigua Grecia, hogar de Aristóteles y Platón, cuna de nuestra civilización, de una comunidad, a la que ahora recordamos en el poster que hemos preparado para el encuentro de este año, que era capaz de educar.

Yo Quiero introducir un término nuevo a los ya mencionados nomos y paideia. Es también propio de esa la antigua Grecia y es uno de los pilares para alcanzar la paideia, o si se prefiere, es una necesidad para poder renovar la paideia. Este término es areté. Areté es un vocablo griego que procede del comparativo del adjetivo agathós, ‘bueno’, que a su vez procede de la raíz aga-, ‘lo mejor’, que se apoya en la partícula inseparable «ari-», indicadora de una idea de excelencia que está en la base de aristós (el superlativo de ‘distinguido y selecto’, que en plural era utilizado para designar a la nobleza, o aristocracia, o por qué no decirlo, a la élite).

Si queremos definir areté con una sola palabra, tal vez esa palabra sea ‘excelencia’. Y si queremos definir el Ihsán con una sola palabra, tal vez esa palabra sea, también, excelencia. ¿Es una casualidad? Os puedo asegurar que no, que no es una casualidad.

Yo me atrevería a decir que la areté de los griegos es, dentro de la cultura occidental, lo que más se acerca a la excelencia, al Ihsán tal y como lo entendemos nosotros, a esa serie de cualidades que debemos adoptar a nivel individual para así poder elevar el nivel de nuestras comunidades. Y si lo queremos definir con otra palabra, podemos perfectamente emplear el término futuwwa.

Esa areté de los griegos llega luego a perder, en cierto modo, al principio de la época romana, su significado original y se convierte en algo prácticamente exclusivo de la guerra y los guerreros, en alcanzar la gloria en el campo de batalla. Pero la areté original consistía principalmente en el cultivo y la aplicación de tres cualidades, andreia (‘valentía’), sofrosine (‘sensatez, moderación’) y dicaiosine (‘justicia’). El que poseía estas tres cualidades se aferraba a ellas y las llevaba a la práctica en todas las situaciones de su vida, con el cercano y el lejano, a nivel individual y a nivel colectivo; era lo que ellos llamaban “ciudadano”, un ciudadano útil y distinguido. Para nosotros, cuando alguien reúne estas cualidades, se puede decir que es una persona que está en el camino de la excelencia, en el camino de la purificación de su propio nafs.

Platón, en su República, va un poco más allá, va un poco más lejos, refina incluso un poco más este significado y añade una cuarta cualidad, la prudencia. Y desde ese momento, estas cuatro cualidades se convierten en las conocidas como “cuatro virtudes cardinales”, que Platón explica de la siguiente manera:

  • Justicia (la virtud fundamental) – Es la que da acceso al conocerse a uno mismo. Él describe la justicia como la virtud que funda y preserva, porque sólo el que comprenda la justicia podrá conseguir las otras tres virtudes; y cuando alguien posee por completo las cuatro virtudes, la justicia es lo que las mantiene a todas unidas. Es como decir que la justicia es la columna vertebral del resto de las cualidades.

  • Prudencia – Es la virtud de actuar de forma justa, adecuada y con cautela, comunicándose con los demás por medio de un lenguaje claro, literal, cauteloso y adecuado, es decir, actuar respetando los sentimientos, la vida y las libertades de las demás personas.

  • Fortaleza – Es vencer el temor huyendo de la temeridad. La fortaleza asegura la firmeza ante las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien, llegando incluso a la capacidad de aceptar el eventual sacrificio de la propia vida por una causa justa.

  • Templanza ─ Es la virtud moral que modera la seducción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados y compartidos. Garantiza el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensoriales, mantiene una sana discreción y no se deja arrastrar “a la hora de seguir la pasión de sus apetitos y su corazón”.

Y observad ahora cómo nos dice Platón la forma de obtener estas cualidades, cómo llegar a alcanzarlas en nuestra vida. Es como si nos diera las llaves para poder entrar por una puerta. Lo que viene a decir es lo siguiente: la prudencia viene del ejercicio de la razón; la fortaleza, de la actuación de las emociones o el espíritu; la templanza, de hacer que la voluntad controle los deseos y los apetitos del yo, y la justicia es el fruto de todo esto, ya que la justicia es el estado en el que cada elemento de la mente está de acuerdo con los demás. Y están todos dominados por un órgano del cuerpo que, si está sano, el resto del cuerpo estará sano, y si está corrupto, el resto del cuerpo estará corrupto. Ese miembro es el corazón.

Al oír estas cosas, estoy seguro de que hay alguien que puede decir: “Pero si está hablando de la futuwwa; otro puede decir: “Pero si está describiendo las cualidades del tasawwuf; otro más puede decir: “Pero si lo que está haciendo es describir las cualidades de la asabiyya (ese término al que luego nos referiremos y que tanta importancia tiene en la Muqaddima de Ibn Jaldún); y luego seguro que hay más de uno que piensa: “Pero si está hablando de la misión para la que fue enviado el Mensajero Muhámmad, sallallahu alaihi wa sallam”, que como ya hemos dicho previamente, era “perfeccionar, completar las nobles cualidades de carácter y de comportamiento”.

Y lo cierto es que sí, que todo el que piense de esta manera tiene razón, todo está conectado. La antigua Grecia alcanzó lo que alcanzó, llegó a ese culmen de la civilización, porque adoptó e implantó en sus “ciudadanos” estas cualidades, o si lo queremos decir con sus propias palabras, esta areté que hemos mencionado.

En los tiempos de la primera comunidad, los tiempos del Mensajero de Allah y de los Sahaba, se alcanzó lo que se alcanzó y se expandió el Islam más rápido que la pólvora porque adoptaron e implantaron estas cualidades, o si lo queremos decir con nuestros propios términos, esta futuwwa que también hemos mencionado.

En los tiempos de Al-Ándalus, se alcanzó lo que se alcanzó y se llegó a ese culmen de la civilización porque adoptaron e implantaron entre la gente estas cualidades, o si lo queremos decir con sus propias palabras, “esta asabiyya” que, hemos mencionado asimismo.

Por lo tanto, ¿cómo alcanza una comunidad de gente, cómo logra una sociedad, su grado más elevado, su culmen en todos los sentidos?, ¿cómo una comunidad alcanza el grado en el que es capaz de educar? Cuando sus miembros están dispuestos a adoptar en sus propias vidas, cuando desean cambiar, imbuirse y empaparse de las cualidades de la areté, de las cualidades de la futuwwa, de las makarim al-ajlaq, de las nobles cualidades de carácter y de comportamiento.

Llegados a este punto, seguro que a muchos de vosotros os está viniendo a la mente una aleya del Corán, esa aleya que tantas veces hemos mencionado en esta misma mesa a lo largo de los ocho años que ya llevamos con estas jornadas sobre educación. Esta aleya es la onceava de la Surat del Trueno, y en ella Allah dice: “Es cierto que Allah no cambia lo que una gente tiene hasta que ellos no han cambiado lo que hay en sí mismos”.

Esta aleya es clave en la comprensión de esta conferencia y es una aleya que es aplicable en los dos sentidos, tanto para el bien como para el mal, tanto para mejorar a esa gente, y por tanto a esa comunidad, como también para empeorar a esa gente, y por tanto a esa comunidad. Lo que realmente quiero decir con esto es que la forma en la que nos comportamos tiene una repercusión directa, positiva o negativa, en la forma que somos y en lo que ocurre en nuestras vidas y en nuestra comunidad. Esto es un aspecto esencial de la manera en la que Allah ha dispuesto la existencia, y por eso es tan importante para nosotros comprenderlo.

Vamos a ver ahora un ejemplo de cómo el comportamiento individual afecta negativamente a una comunidad. Vamos a ver esa conexión directa que existe entre los varios tipos de comportamiento pernicioso y las consecuencias perjudiciales, tanto sociales como políticas, que son su resultado. Estas consecuencias se expresan con toda claridad en un hadiz recogido en Al-Muwatta: “Yahya me transmitió de Malik, de Yahya ibn Said, que había oído decir a Abdullah ibn Abbas: ‘Nunca aparece el fraude en una gente sin que no sea implantado el terror en sus corazones, ni se generaliza la fornicación entre una gente sin que la muerte sea abundante entre ellos, ni mengua una gente en la medida y en el peso sin que se les corte la provisión, ni juzga una gente sin la verdad sin que (el derramamiento de) sangre se extienda entre ellos, ni traiciona una gente lo pactado sin que Allah no otorgue al enemigo el dominio sobre ellos”.

Estas palabras son un claro ejemplo de lo que estamos tratando de desgranar hoy. Son un ejemplo de la devaluación que afecta a una comunidad en el momento en que sus miembros pasan del buen al mal comportamiento; es decir, que cuando una gente deja de hacer lo que debe hacer con corrección, esa comunidad está abocada al fracaso, se les olvida todo el bien y, por sus acciones, llevan al extravío a toda la comunidad. Dicho con otras palabras, han perdido el pudor y ya no tienen límites. Por eso, el Mensajero de Allah, sallallahu alaihi wa sallam, dijo: “Parte de lo que la gente ha obtenido de las palabras de los primeros Profetas es: Si no tienes vergüenza, haz lo que quieras”.

Vamos a ver ahora el caso contrario, ¿qué ocurre si los miembros de una comunidad se empapan de la futuwwa? Si se empapan de la areté, si se empapan de esas cinco palabras que menciona Sheij Abdal Qadir, esa comunidad florece y alcanza las cotas más elevadas tanto en lo interno como en lo externo.

De Abu Huraira, que Allah esté complacido con él, que un hombre llegó al Profeta pidiéndole hospitalidad; SAWS mandó recado a sus mujeres (para preparar o traer algo de comer), y éstas dijeron: “No tenemos más que agua”. Entonces el Mensajero de Allah preguntó: “¿Quién quiere darle hospitalidad?”. Y un hombre de los Ansar contestó: “Yo se la doy”. Lo llevó a su casa y le dijo a su mujer: “Honra al huésped del Mensajero de Allah”. Dijo ella: “No tenemos más que el alimento de nuestros hijos. Lo único que tenemos en la casa es la cena para nuestros hijos”. Entonces dijo el marido: “Prepara la cena, enciende la lámpara y duerme a los niños antes de servirla”. La mujer lo hizo: preparó la comida, encendió la lámpara y durmió a los niños. Luego, cuando llegó el momento de servir la cena, se sentaron a la mesa; de repente, el anfitrión se levantó como si fuera a arreglar la lámpara y la apagó de manera que, en la oscuridad, pudieron simular que estaban comiendo. Llevaban la mano al plato, pero no cogían nada de comida; dejándolo todo para el invitado. Y así pasaron la noche con hambre. Al amanecer fue a ver al Mensajero de Allah, y éste le dijo: “Allah Se ha reído esta noche y Se ha admirado de lo que habéis hecho”. Y entonces Allah hizo descender: “Y los prefieren a sí mismos aunque estén en extrema necesidad. Y quien se guarda de la avaricia de su alma… ésos son los que tienen éxito”.

Así fue como los Sahaba alcanzaron lo que alcanzaron. Este suceso es una muestra muy clara de cómo, cuando hay una gente que es capaz de empaparse de las cualidades de la futuwwa, eso hace que lo que hay a su alrededor florezca, eso hace que compitan entre ellos a la hora de hacer el bien. ¿Y qué no podrá lograr una gente?, ¿qué meta se le resistirá a una comunidad en la que sus miembros son capaces de dar con generosidad a un extraño, incluso cuando ellos mismos están en necesidad extrema?

Vamos a entrar ahora en el término que Ibn Jaldún menciona en su Muqaddimah y que ya hemos mencionado a lo largo de estas palabras en más de una ocasión. Ese término es asabiyya. Lo cierto es que el significado más extendido de la asabiyya es que es ‘ese clan familiar, o esa fuerza que reside en los vínculos familiares, que cuando está presente hace que esa familia sea una familia fuerte y, por tanto, acabe siendo la familia que posea el poder y el gobierno’. También se suele entender como ‘solidaridad’, y hay quien lo explica como ‘nacionalismo’; pero lo cierto es que estos significados, que no estoy diciendo que el término de asabiyya no los abarque, pero no reúnen el significado completo de todo lo que representa. Tal vez algunas definiciones que más se acercan a lo que queremos decir podrían ser las siguientes: en su traducción al francés, De Slane tradujo asabiyya como ‘sprit de corps’, mientras que Frantz Rosenthal lo tradujo al inglés como ‘group feeling’ y Juan Feres al castellano como ‘espíritu de coligación’.

No obstante, a mi me gusta más tratar este término desde una perspectiva diferente y abrirlo un poco a lo que sería una comunidad, es decir, a lo que sería un grupo de gente que comparte unas mismas creencias, un mismo comportamiento, unas cualidades elevadas y que se embarcan todos juntos en un mismo barco para lograr sus objetivos y cumplir con sus anhelos y expectativas.

Tal vez una de las definiciones que mejor se adapte a este segundo significado que he mencionado es la que hace Edward William Lane, en su magistral obra Arabic-English Lexicon, en la que, hablando sobre el término de la asabiyya, dice: “… La cualidad de alguien que posee asabiyya, la cual está relacionada con la acción de ayudar a su gente o a su grupo contra una agresión; o la cualidad de alguien que se irrita al ver el menoscabo del bien de su grupo o su protección; o la acción de los que invitan a otros para que ayuden a su grupo; o a unirse para enfrentarse a los que actúan con hostilidad hacia ellos, ya sean ellos los ultrajados o los ultrajantes; o la acción de un individuo que se asocia con otros; o la del que protege a otros, o el partidismo y la asociación fuerte que hace que un cierto número de personas estén estrechamente vinculados por un mismo interés y opinión…”.

Esto es para mí la asabiyya, la unión en torno a unas creencias, esos vínculos que se crean cuando una gente lucha por lo mismo, cuando una gente está comprometida y defiende a su grupo. Defienden su unidad; defienden y luchan por establecer aquello en lo que creen. Entonces, me atrevería a decir, se crean unos vínculos que son incluso más fuertes que los vínculos de sangre, pues el núcleo de esos vínculos son los objetivos comunes; y en nuestro caso, por encima de todo, es el vínculo del amor por Allah. Cuando una gente lucha unida por aquello en lo que realmente cree, son pocos los que pueden ir en contra de esa fuerza. Son como una gran ola, un tsunami, al que nada ni nadie se puede resistir.

Y esto lo deja claro el mismo Ibn Jaldún cuando dice en el capítulo 8 del Libro II: “El verdadero parentesco consiste en esa unión de los ánimos que hace valer los lazos sanguíneos y que impulsa a los hombres a la solidaridad; exceptuada esa virtud, el parentesco no es más que una cosa prescindible, un valor imaginario carente de realidad. Para ser útil debe entrelazar los afectos y unir los espíritus. Si esta unión es evidente, estimula a las almas hacia ese lazo de simpatía y afinidad que le es natural”. Lo que quieren decir estas palabras es que una causa común, ya sea política o religiosa, unos objetivos comunes que unifican los ánimos y las mentalidades, prevalece sobre los lazos meramente sanguíneos.

Ya nos queda claro cuál es el concepto de la asabiyya, o mejor dicho, ya le hemos dado el enfoque que nos interesa para la conferencia de hoy. Pero ahora puede que alguien se pregunte: ¿De qué nos sirve la asabiyya? El propio Ibn Jaldún responde a esta pregunta cuando en el capítulo 13 del Libro II dice: “Allí donde existe una asabiyya respetable y temida, constituida por elementos de cepa nítida e inexpugnable, allí se obtiene la posición más ventajosa y definitiva del linaje cuyo fruto vigoroso se convierte en resultados exitosos”.

Llegados a este punto, en el que ya sabemos qué es la asabiyya, en el que ya sabemos de qué nos sirve la asabiyya, sólo nos quedaría responder a una pregunta, que sería la siguiente: ¿Cómo se obtiene la asabiyya? La respuesta a esta pregunta la encontramos nuevamente en la Muqaddimah, cuando en el capítulo 20 del Libro II, titulado: “Sin virtudes jamás se llegará al poder” y que recomiendo encarecidamente a todos lo que lo leáis, Ibn Jaldún dice: “Hemos mencionado que la gloria y la fortaleza, para ser reales, deben apoyarse en una base fundamental: la asabiyya, junto con las nobles cualidades que, como complementos, servirían para ratificar su perfección. Ahora bien, puesto que la soberanía es la meta de la asabiyya, lo es también de sus complementos. Sin estas cualidades complementarias (que son las nobles cualidades), la asabiyya sería como un cuerpo mutilado, o una persona que aparece en público completamente desnuda”.

Ahora sí lo vemos con claridad, ahora hemos llegado al culmen de estas palabras, ahora hemos comprendido el título de esta conferencia. Sin estas cualidades complementarias, sin la nobleza en el carácter y el comportamiento, sin makarim al-ajlaq, sin futuwwa, sin areté, la asabiyya no sirve de nada, es un cuerpo mutilado, es como una persona que aparece en público completamente desnuda. Y esto nos lleva al inicio de esta conferencia, o mejor dicho, nos lleva al inicio de la conferencia de Sheij Abdal Haqq del año 2012: “Ciertamente he sido enviado para perfeccionar el buen comportamiento”, o “Sólamente he sido enviado para completar las nobles cualidades del carácter”.

O si queréis, volvemos a esas cinco palabras escritas por Sheij Abdal Qadir: Ŷama’atJidmaSpeaking-well, HospitalityGiving.

La teoría ya la tenemos, lo cierto es que es de sobra conocida por nosotros, la hemos escuchado en repetidas ocasiones; conocemos los elementos fundamentales, la luz ha llegado a nosotros, el mensaje ha sido transmitido. ¿Qué hacemos con él? ¿Qué hacemos con esta luz?

Está en nuestras manos. Llegaremos hasta donde queramos llegar, o mejor dicho, hasta donde estemos dispuestos a llegar, ya que no podemos ni debemos esperar a que otros lo hagan por nosotros; somos nosotros los que tenemos que hacerlo. Y esto se traduce en que somos nosotros los que, en primer lugar, debemos imbuirnos y empaparnos de esa luz, de esas cualidades, de todo lo que tantas veces se ha dicho en esta mesa. Debemos mirarnos a nosotros mismos, con sinceridad y preguntándonos qué cambios debemos hacer si queremos transmitir e iluminar a otros con esa luz, qué debemos hacer para que Allah cambie nuestro estado y lo que hay a nuestro alrededor.

Recordad la aleya que ya hemos mencionado: “Es cierto que Allah no cambia lo que una gente tiene hasta que ellos no han cambiado lo que hay en sí mismos”. Me voy a permitir una osadía en este momento y os ruego que me lo permitáis. Voy a parafrasear esta aleya diciendo:

Es cierto que Allah no da a una gente la futuwwa hasta que ellos no han adoptado en sí mismos la futuwwa; es cierto que Allah no da a una gente la asabiyyahasta que ellos no han adoptado sus cualidades complementarias, que son las nobles cualidades de carácter y comportamiento; es cierto que una comunidad no alcanza la areté hasta que sus miembros no se han empapado de las cualidades de la areté.

De nosotros depende, en nuestras manos está. Si queremos, llegaremos a lo más alto. Si queremos, llevaremos a esta comunidad a la posición más elevada. Si queremos, alcanzaremos lo que alcanzó el Mensajero de Allah y sus Sahaba, que fueron lámparas luminosas en medio de la oscuridad, que se iluminaban a sí mismos con una luz que se difundía e iluminaba todo lo que había a su alrededor.

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